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NO ME LLEGA EL EQUIPAJE

06-01-2024

Empieza una nueva aventura. Esta vez por África cuatro meses. Pasando por Kenia, Uganda, Ruanda, Burundi y Tanzania. Él vuelo es bastante corto, solo once horas de avión con escala incluida. La escala dura solo una hora y después de que nos digan que nuestro vuelo sale con media hora de retraso, tengo la esperanza de no llegar a tiempo y que me tengan que indemnizar. Pues le ha debido pisar el acelerador porque llegamos a la misma hora que si hubiéramos salido puntuales. Además el chequeo de equipaje lo hacen en la puerta de embarque, solo para los del vuelo por lo que consigo llegar al mismo. Me quedo sin indemnización. 
Cuando llego a Nairobi me doy cuenta que yo he llegado a coger el vuelo pero mi equipaje no. ¡Desastre! Me dicen en el aeropuerto que llegara mañana y que me lo mandan al hotel. 
El primer día en Nairobi me lo paso durmiendo. A pesar de ser un vuelo corto y con poco jet lag, estoy reventado. Al día siguiente me quedo en el hostel a esperar el equipaje. Van pasando las horas y allí no dan señales de vida. A medio día, con ayuda del personal de hostel, llamo al aeropuerto para ver que pasa. Me dicen que me lo han mandado que ya llegara. Conforme pasan las horas aumenta mi nerviosismo. Sin equipaje no hay viaje porque llevo todo lo necesario para viajar en bici. Por fin, a las cuatro de la tarde, aparecen. Ya me quedo mas tranquilo. 
Al tercer día me voy a comprar la bici. Hay un Dechatlon  y voy para allí con la esperanza además de encontrar gas para el hornillo. Me compro la mas barata que tienen, 350 euros. Veintiuna velocidades y ruedas de 27,5. Gas no hay. 
El trafico no es muy intenso y se va bastante bien, dentro del peligro que lleva pedalear en ciudades como esta, donde nadie respeta a los ciclistas. Ya en el hostel, monto los portaequipajes y demás accesorios de la bici. Mañana empezare la aventura. 





 TXOMIN IV

08-12-2023


Era una mañana como cualquier otra en Cantabria, o al menos eso pensaba mientras me preparaba para la aventura que se avecinaba: la exploración de la cueva Txomin IV. No es que yo fuera un experto espeleólogo; más bien, me unía a este peculiar grupo de intrépidos exploradores por pura casualidad y porque alguien mencionó la palabra "aventura".

El punto de encuentro era un rincón olvidado de un remoto pueblo de Cantabria , donde nos aguardaba el líder del grupo, El líder del grupo, conocido como Miguel, un individuo con la mirada penetrante de aquel que ha explorado las profundidades de la tierra y regresado para contarlo, nos guió hacia la entrada de la oscuridad subterránea.

Con la indiferencia propia de los que han decidido desafiar las leyes naturales y sumergirse en la oscuridad de la tierra, nos adentramos en las galerías iniciales de la cueva. El camino comenzó suavemente, como un paseo casual por las galerías. Las luces parpadeantes de nuestras linternas danzaban sobre las paredes rocosas, revelando antiguas partes de una mina que parecían haberse perdido en las edades del tiempo. Miguel, con su tono grave y una destreza que solo la experiencia puede otorgar, nos indicó que las primeras etapas serían cómodas, pero la verdadera prueba estaba a la vuelta de la esquina, o más bien, debajo de nosotros.

Sin embargo, nuestra seguridad y bienestar pronto se verían amenazados al llegar al Gran Pozo de 235 metros, una apertura que desciende hacia una negrura sin fin. Era un abismo insondable que se extendía frente a nosotros, desafiante e imponente. Miguel, con la seriedad de quien se preocupa por los suyos, anunció que para superarlo debíamos instalar un pasamanos. Por supuesto, ninguno de nosotros tenía mucha experiencia en instalación de pasamanos, pero la confianza en la palabra de Miguel nos impulsó a intentarlo. Las miradas se cruzaron entre nosotros y sin cuestionar demasiado Javitxu se puso manos a la obra.

Entre el sonido metálico de mosquetones, risas nerviosas y la tensión en el aire, logramos fijar el pasamanos y, uno a uno, comenzamos a descender por ese abismo, mientras la oscuridad engullía la luz de nuestras linternas. Rápidamente nos dimos cuenta de que la verdadera prueba estaba por venir.

Tras descender los primeros 30 metros, llegamos a una repisa que nos daba acceso al siguiente reto: el pozo de 110 metros. "Hay que montar varios fraccionamientos de cuerda", dijo Miguel, como si estuviéramos a punto de tejer una bufanda y no de descender a las profundidades de la tierra. Aquí, la realidad se aferraba a nosotros con garras invisibles, y la única manera de avanzar era enfrentar el descenso vertiginoso rapelando, como si estuviéramos tejiendo un tapiz de cuerdas en lugar de arriesgar nuestras vidas en la oscuridad. Fue entonces cuando la realidad jugó su primera carta inesperada. Uno de los anclajes de la cabecera estaba roto. La incredulidad se reflejó en nuestros rostros mientras nos aferrábamos al borde de la repisa. La confianza en las cuerdas se desvaneció como la luz de una vela en un viento tempestuoso. Nos miramos unos a otros, buscando respuestas en los ojos de nuestros compañeros de aventuras, pero solo encontramos una mezcla de miedo y determinación.

El miedo se instaló en el silencio de la cueva, pero como buenos espeleólogos, decidimos abrazar la incertidumbre y continuar. Colgándonos de un solo anclaje, descendimos lentamente, sintiendo cada centímetro de cuerda como si fuera la única conexión entre nosotros y el abismo. Cada respiración era un recordatorio de nuestra vulnerabilidad, y cada latido del corazón resonaba como un tambor en el silencio de la cueva. La oscuridad nos envolvía como un manto, y el eco de nuestras respiraciones resonaba como un coro de fantasmas atrapados en las entrañas de la tierra.

Finalmente, con un suspiro colectivo, alcanzamos el suelo del pozo. Pero no había tiempo para celebraciones, ya que nos esperaba una nueva maravilla subterránea: la Sala Blanca. Después de dar vueltas por la inmensidad de la cueva, encontramos un agujero que nos llevó a esta cámara celestial.


Descendimos por ese agujero, realizando un rapel fraccionado de 18 metros que nos dejó boquiabiertos ante la visión que se presentó ante nosotros. La Sala Blanca se desplegó ante nosotros como el escenario de un sueño surrealista. Blancas formaciones caprichosas, estalactitas y estalagmitas de todas las formas y tamaños adornaban las paredes como las joyas de un reino subterráneo. que parecían esculpidas por el mismísimo artista del caos. Excéntricas de todas las formas y tamaños, como si el tiempo y la paciencia se hubieran unido para esculpir la belleza en las entrañas de la tierra. En una esquina, un lago añadía un toque de misterio y magia.


Era difícil no quedar cautivado por la belleza de la Sala Blanca. Nos movíamos con cuidado, como intrusos en un santuario secreto. Las cámaras hicieron clic y los flashes capturaron instantes de este mundo subterráneo, pero ninguna fotografía podría capturar completamente la esencia de lo que estábamos presenciando. Estábamos en el corazón de la tierra, en un lugar donde el tiempo y la paciencia habían dado forma a la fantasía.


Pero, como todas las buenas historias, nuestra visita a la Sala Blanca llegó a su fin. Nos enfrentamos a la realidad de que teníamos que remontar las cuerdas y desinstalar todo el equipo que nos había llevado a través de esta odisea subterránea. Con cada metro que ascendíamos, sentíamos el peso del tiempo y la historia que se cernía sobre nosotros, como si las piedras mismas susurraran cuentos olvidados.

Al subir los últimos 20 metros, casi ni respirábamos. Cada músculo se tensó, y nuestras miradas se dirigieron hacia el anclaje de la cuerda con una mezcla de esperanza y temor. Cada metro era un suspiro, cada movimiento era una plegaria. La cuerda, que durante todo el viaje fue nuestra única conexión con la seguridad, ahora se convirtió en el hilo delgado que sostenía nuestras vidas en equilibrio. Cada paso era una oración silenciosa, cada movimiento era un acto de fe en la estabilidad del anclaje. La emoción y el alivio se mezclaban en nuestros rostros mientras nos mirábamos, conscientes de que habíamos desafiado las leyes de la gravedad y explorado un precioso rincón de la tierra.

Cuando finalmente emergimos a la luz del día, el alivio fue palpable. Nos encontramos en la superficie, empapados de sudor y con los ojos parpadeando ante la luz del sol.

Miguel, con una sonrisa de satisfacción, nos dio las gracias por seguirlo en esta aventura y, como buenos espeleólogos, brindamos con cerveza y nos dirigimos de vuelta al calor de nuestra casa rural, listos para tomar una buena ducha y una copiosa cena que nos habíamos ganado. Así fue como, por un breve momento, nos convertimos en protagonistas de nuestra propia leyenda, un relato subterráneo digno de ser contado en las esquinas más oscuras de las redes sociales. Y así, la cueva Txomin IV quedó atrás, un misterio más en el vasto y peculiar universo subterráneo.

FERRATA ROIES DE PINYANA Y PAS DE LA SABINA

Como todos los años por estas fechas, la sección de ferratas del Club de Montaña Pirineos celebra la tradicional longanizada. Este año toca hacer las ferratas de Roies de Pinyana y Pas de la Sabina, ambas un K4, aunque para mi mucho mas difícil la segunda. Treinta y un valientes ferrateros nos reunimos para esta aventura. Cuando hay comida de por medio la asistencia aumenta bastante. 😁. Nos reunimos en el hotel Norte y tras un breve café organizamos los coches y nos vamos camino al pueblo de Santa Ana, al lado de la cual esta la ferrata de Roies de Pinyana.
Como somos mucha gente el grupo avanza despacio. Unos pocos se van a hacer otra ferrata mas fácil, que está cerca y de los que quedamos, sale el primer grupo que son los que no van a realizar el péndulo y a continuación salimos el resto. El primer sector es bastante deportivo con algún repecho desplomado al que sigue un ladeo horizontal con las grapas justas y bastante aéreo. 



De aquí llegamos al plato fuerte de la ferrata, el pendulaco. Hay una plataforma desde la que te tienes que lanzar al vacío. Allí tienes que tirar de una cuerda que esta atada a una cadena para acercártela y poderte anclar. Hay que realizar un péndulo de varios metros para llegar a una pared que tiene dos grapas, las cuales hay que agarrar o te quedas colgando en el medio. Como está un poco complicado de llegar y agarrarlas, Jesús y Alberto pasan primero y se colocan en la pared para ir recepcionando a la gente. Una vez que has puesto el disipador a la cadena hay que echarse un poco hacia atrás y dejarse caer por un lado de la plataforma manteniendo la tensión. Yo lo hago como el culo y no mantengo la tensión de la cadena, por lo que me quedo corto. Me agarro con uñas y dientes a la pierna de Alberto para no irme hacia atrás. Es bastante emocionante.



Seguimos subiendo hasta llegar a aun puente tibetano de 18 metros. Las sirgas se separan bastante y es mejor asegurarse solo a una porque sino se abre mucho el disipador. Para acabar, la ferrata se mete por una pequeña cueva, bastante estrecha, que hará la delicia de los espeleólogos.



Una vez terminada la ferrata nos vamos a la barbacoa a hacer la longanizada, que hay hambre y nos la hemos ganado. Chorizo, longaniza, morcilla, pollo, las tortillas de Asier, el vino, entra todo como si no hubiera un mañana. 



Mucha gente se vuelve a Zaragoza, el resto dormimos allí. Alguna no ha pegado ojo con los ronquidos de los vecinos. Hace muy buena noche y yo duermo ocho horas del tirón sin enterarme de nada. 
Por la mañana recogemos las cosas después de desayunar. Alberto se queja que le ha desaparecido la funda del saco, la del vivac y otra mas. Dice que se la ha tenido que quitar un perro que había por allí. Al final aparecen en su maletero cuando llega a casa.
Hoy nos vamos a la ferrata Pas de la Sabina, para mi mucho mas difícil que la del día anterior aunque están catalogadas con la misma dificultad. Empezamos con un tramo fácil, seguido de un pequeño puente nepalí de 6 metros. Seguimos subiendo hasta llegar al plato fuerte de la ferrata, un puente nepalí de 50 metros. Todo son risas hasta que te toca el turno de pasar. Es muy aéreo y no recomendable para gente que no tenga experiencia, pues impresiona bastante. 


Poco después viene una escalera con forma de ADN de 25 metros de altura, la mas grande de España. Aquí se ponen a prueba nuestras fuerzas. 


Después de esto quedan dos puentes nepalís mas, no muy largos, y un flanqueo horizontal bastante técnico y al que se llega con las fuerzas justas. Como vamos poca gente, hacemos la ferrata bastante rápido. Después de acabarla, nos comemos las sobras de ayer y para casa.


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Empieza la aventura en Sudamerica. Colombia en bici

 30-01-2020

Tengo el vuelo a Bogotá, Colombia a las cuatro de la mañana. Como no me apetece pegarme todo el día en el aeropuerto y la ciudad no me ofrece nada para pasarlo pregunto en el hotel si puedo coger solo medio día. Sin problema. Menos mal. Aun así tengo que estar un montón de horas en el aeropuerto porque como voy con la bici por ahorrarme un taxi, tengo que estar allí antes de que se haga de noches. A las cinco y media parto para allí. Esta ciudad es caótica. Tiene como un carril al lado de la acera por el que suelen ir motos, bicis y personas e incluso algún coche a veces pero son anárquicos y a veces difíciles de seguir. Hay que ir esquivando puestos callejeros, personas, agujeros en el suelo etc… El aeropuerto lo tengo a 11 kilómetros y se me hacen un poco largos. He puesto el medio pedal que se me cayó pero ha sido un error porque tiene tres tornillos pasados de rosca y se sujeta solo con uno. Se me voltea y se me va enganchando. Tengo la herramienta recogida y no quiero tener que sacar todo para sacarla así que le meto cuatro patadas hasta que se arranca. Al llegar al aeropuerto hay un chaval trabajando allí con las barreras para los coches que me pregunta dónde voy y tal. Es su día de suerte, le ha tocado una bici. Aunque con la de problemas que da esta bici no sé si es un premio o un castigo. Desmonto la parrilla trasera y se la doy. Adiós Muddy fox, compañera de aventuras por treinta años. Y seguro que va a seguir dando guerra. Me da un poco de pena separarme de ella pero la pobre ya ha dado todo de sí. Son casi las siete conque aún tengo nueve horas de espera que se hacen bastante largas. Vuelo con Turkish airline que para mí, junto a Qatar, son las mejores. ¡Nos dan hasta zapatillas de andar por casa! Turkish cobra unos cien euros por llevar la bici en el avión y Qatar te permite 30 kilos entre los cuales puedes llevar la bici. Lo malo es que 30 kilos porque solo la bici ya son unos quince con lo cual es difícil meter todo.


El primer vuelo es a Estambul. Allí tengo una escala de 15 horas. Me ha tocado el peor asiento, el del medio. Por no pedir pasillo al facturar. Odio ese asiento. Si estas en ventana por lo menos ves por la ventanilla y si te toca pasillo te puedes levantar cuantas veces quieras sin tener que molestar a nadie pero el asiento del medio no tiene ningún beneficio. En Estambul podría haber salido a ver la ciudad pero hay que pagar visado y ya he estado aunque quince horas se pueden hacer muyyy largas. Me voy  a la sala de butacas a aprovechar para dormir. Lo malo es que eso de dormir sentado, aunque esté reclinado, no lo llevo muy bien. Cuando me canso de estar en la tumbona me echo en el suelo y allí sí que duermo bien a gusto. El siguiente vuelo son trece horas y otra vez en el asiento del medio. Me pongo a ver películas pero creo que no acabo ninguna. Cuando llevo un rato me quedo dormido y me despierto a ratos. Al final acabas reventado. 


Por fin en Bogotá. Los trámites son sencillos y en un momento ya tengo mi visa gratis de tres meses. Las alforjas y la bolsa de deporte se llevan fatal. Acabo con dolor de hombro y eso que no tengo que andar mucho. A la salida del aeropuerto cojo una lanzadera que me deja en el portal el dorado. Allí cojo un bus que me deja cerca del hotel. Aún tengo una sorpresa. Menuda rampa hay para llegar. Me tengo que parar unas cuantas veces hasta llegar arriba. Luego me doy cuenta que he pasado de cero metros a dos mil seiscientos. Entre eso, lo cansado del viaje, lo mal que se llevan las bolsas y que soy un flojo,  pues es normal que me costara tanto.



Voy a estar cuatro días en Bogotá descansando y haciendo compras que necesito muchas cosas. Lo primero conseguir una bici. Una chica de Colombia me ha puesto en contacto con un amigo suyo que es cicloturista y me da consejos y me recomienda una tienda de bicis. Mi idea es comprar una de acero de 26´´ con frenos de zapatas y sin amortiguación.  Haber hay pero tienen muy pocos desarrollos y para subir los puertos andinos con ellos pues muy mal. Al final me acabo cogiendo todo lo contrario de lo que he dicho. Me pillo una de 29´´ con freno de disco y amortiguadores. Cuando me dice el precio casi no me lo podía creer. Por un momento he pensado que me decía dólares. 138 euros me ha costado. En España valdría entre 300- 400 euros o más. Tengo la duda si la parrilla que llevo valdrá así que le digo que ya volveré por la tarde con ella y la pruebo. Un poco justa va pero yo creo que sí que irá bien.



Comida en condiciones. ¡Por fin! Desde las puertas de los restaurantes ya te llaman para que entres. Aquí le llaman almuerzo en vez de comida. Un almuerzo puede empezar desde los 7000 pesos (2 euros) hasta lo que quieras. La subida que tengo hasta el hotel está llena de restaurantes y muchos de ellos tienen bonitos dibujos hechos a mano en las fachadas. Todos tienen menú del día. Me meto en uno que me cuesta menos de tres euros y por ese dinero me dan una crema, una pechuga a la plancha, lentejas, arroz, patatas fritas y una limonada. Muy bien. Menudo placer después de las comidas de África. Allí perdí once kilos. A ver si los recupero. 


Hay mucha gente por las calles y muchos ciclistas. Los barrios están muy animados. Los vendedores son muy “agresivos” y están en las puertas de los negocios gritando e intentando atraer clientes. Algunos incluso con micrófonos. Me parece que esté en las ferias. Hay zonas con tanta gente que empujando la bici me cuesta hacerme sitio para pasar. Me llevo una sensación agradable de la ciudad. Las calles están más o menos limpias y ordenadas nada que ver con el caos y la polución de Dar es Salaam.


El domingo por la mañana toca seguir gastando. Me voy a Decathlon a comprar cosas para la bici y ropa de abrigo. El forro polar lo perdí en África y el chaleco de plumas huele que apesta. Resulta que no me di cuenta que el agua que me entraba en las alforjas por las costuras rotas, se quedaba en el fondo y el chaleco ha debido estar meses empapado de agua. Un olor insoportable. Lo voy a tener que tirar. Esta vez me compro una cazadora impermeable y un forro que es bastante malo. Gorro, guantes, braga y calcetines completan mi equipación para soportar el frio. También compro repuestos para la bici y una cesta para el manillar. 



Bogotá es enorme, tiene 7,5 millones de habitantes y para desplazarme uso los autobuses tranmilenio. En las avenidas principales tienen un carril solo para ellos separados del resto de la calzada por lo que son bastante rápidos y muy sencillos de coger. Como un metro por la superficie. Es una pasada la de ciclistas que hay hoy por las calles, increíble. Al principio pienso que será una carrera popular pero nadie lleva dorsal y todos van a su aire. Han cerrado hasta un carril de la avenida que va hacia el aeropuerto. Imagino que lo harán todos los domingos. A mí me ha dejado flipado la cantidad de gente en bici. Eso es afición.

Mi último día en Bogotá lo aprovecho para subir al cerro de Monserrate. Está a una altitud de 3152 metros. Arriba se encuentra la basílica de Monserrate y se puede subir por funicular, teleférico o andando. Yo, por supuesto, subo andando. El camino tiene 2350 metros de longitud. Cada cierto tiempo hay carteles de madera indicando donde estas. Al principio del camino me cuesta dios y ayuda. Pronto me falta el aire y tengo que frenar un poco un ritmo que ya de por si no era muy alto. No sé si es la altitud o que soy un flojo pero me preocupa un poco pues también quiero aprovechar a hacer montañismo. Hay mucha gente que baja de espaldas, no sé porque. Poco a poco voy cogiendo ritmo y subo sin problemas. Desde arriba la vista es espectacular. Se divisa toda la ciudad de Bogotá, que es enorme. Siete millones y medio de almas viven aquí.




Me han dicho de una tienda donde tienen parrillas delanteras, que no me vendrían mal pero está a 16 kilómetros de aquí. Como he acabado bastante cansado de la subida a Monserrate y por la andada de después por el casco antiguo, no me apetece ir hasta allí. A ver mañana como me quedan las cosas en la bici y si lo necesito me pasaré desviándome un poco de mi ruta. Me voy al súper a hacer previsión de comida. ¡Que no falten los noodels! Me preparo el equipaje. Visto lo del agua en las alforjas, voy a meter la ropa en la bolsa de deportes que esa sí que esta impermeabilizada y las cosas que “no pasa nada” porque  se mojen en las alforjas. Cuando las estoy preparando me parece como si me sobrara mucho sitio. Error. En cuanto meto la tienda y el saco en una alforja, ya no me cabe nada más. El saco abulta tanto que no ha cabido en la bolsa de deporte. Y huele que apesta. Lo tendría que haber llevado a una tintorería pero no me di cuenta. Al final me falta sitio. A ver mañana cuando acabe de meter todo lo que falta. Mientras estoy con el equipaje, una alegría. Se va uno de la habitación que ha estado todos los días. A todas horas oyendo misas y música religiosa y sin ponerse cascos. Esta mañana me ha despertado a las siete de la mañana con cantos al espíritu santo. Con el asco que me dan todas las religiones. Hubiera preferido alguno que roncara y se tirara pedos que esta tortura.


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https://youtu.be/xMXFnotH6uY



Namibia en bicicleta 2º parte

 SEPTIEMBRE 2019



En septiembre del año 2019 empiezo la aventura de dar la vuelta al mundo en bicicleta. La idea es estar dos años recorriendo los cinco continentes aunque al final, por culpa de la pandemia no acaba de poder ser. La historia comienza en Namibia desde donde quiero cruzar todo el continente africano hasta Tanzania. Os pongo unas fotos y un fragmento del libro que escribí. También podéis ver videos en mi canal de youtube @conlacasaacuestas

"Ya hace días que tengo el colchón pinchado. Ya que el hotel donde estoy tiene piscina aprovecho para buscar el pinchazo. Es bastante pequeño, pero suficiente para levantarme todos los días con el culo en el suelo. Le pongo un parche de la bici. Tengo varios problemas con la bici y los voy a intentar solucionar aprovechando que estoy dos días aquí. Resulta que al probar la bici, el sillín me basculaba y por mucho que lo apretara seguía haciéndolo. Como me he quedado sin tiempo porque parto al día siguiente, le pongo el de la otra bici que tengo. Las tijas son de diferente diámetro por lo que no entra, así que le cambio la pieza que va a la tija. Pero no es igual que la que llevaba original.

   No encaja como la otra, pero parce que aguanta. Pues no. Me ha costado enterarme porque era poco lo  que había basculado. Lo he notado porque acababa todos los días con dolor de los mismísimos y no sabía por qué hasta que me fijé en el sillín. Está la punta ligeramente elevada. Por mucho que lo aprieto en  cuanto me siento bascula. Solución: dónde va el tornillo que la sujeta es un agujero ranurado así que le pongo una tuerca para que no se desplace en la ranura. ¡Funciona! Menos mal porque me preocupaba ese dolor de hue..."

Se puede comprar el libro en Amazon: "Del océano Atlántico al Indico" Pulsando el siguiente enlace:

https://www.amazon.es/DEL-OC%C3%89ANO-ATL%C3%81NTICO-%C3%8DNDICO-bicicleta/dp/B089D4JXDG


Grandes rectas con arena a ambos lados. Los arboles brillan por su ausencia. Con suerte el aire me da a favor y con mala suerte, que es a menudo pues imaginaros. Además no hay ningún sitio para descansar a la sombra.

Grandes rectas de arena







Lo bueno es que hay sitio de sobras para acampar

Lo mejor es a la hora de acampar. No hay contaminación lumínica y las vistas de las estrellas y la vía láctea son espectaculares


Parece que esté en la luna o en marte. El paisaje es rocoso y me siento como si no estuviera en la Tierra





Los chacales descansan al sol


En Cap Cross está una de las mayores colonias de focas del mundo. El olor es muy penetrante e intenso. Y el ruido que hacen las focas es muy curioso. A veces parecen mas un rebaño de ovejas que de focas.






La costa de los esqueletos debe su nombre por la gran cantidad de barcos que encallan allí



Aprovecho la piscina del hotel para arreglar el pinchazo del colchón



¡Cuidado! Facocheros


Hay que llevar la bici al hombro a la hora de acampar para que no se me llenen las ruedas de pinchos.

¿Sera un animal peligroso?

Mas rectas interminables

Los hay a montones

Zonas de descanso al lado de la carretera

Acampando en la sabana. ¿Habrá leones?

¡Los primeros 1000 km!


Este hombre me regala comida, bebida y un termo. El termo me ha venido genial. Si no es por el termo habría pasado mucha mas sed

Reponiendo fuerzas

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