EL REGRESO
Esperamos un rato a que vuelvan a llamarnos a ver si la han arreglado. Mientras cierran la gasolinera. Víctor comenta de coger una botella de gasolina, no fuera a ser que se les haya acabado. Casi no nos la llenan pero al final lo conseguimos. ¡Menos mal! Decidimos bajar a ver si solucionamos el problema. Hace un frío de cojones. A mi me duele el cuello de hacer esfuerzo para no temblar. Los encontramos a la entrada del pueblo dale que te pego a la moto. Le echamos la gasolina y a funcionar. ¡Ya les vale!
Vuelta para arriba. Carmelo se adelanta pero yo le sigo de cerca.
- Vamos a cogerlos- le digo a Víctor.
Le doy a todo que puedo a la moto. Víctor va acojonado. Que corro mas de noche que de día, me dice. Y tiene razón, ahora ya le he pillado el truco a esto de las curvas. Y encima no llevamos gafas y no veo ni torta. Consigo mantener la distancia y lo llego a adelantar una vez. Nos metemos en un atasco. Carmelo esta tres coches por delante nuestro. Me salgo por la izquierda y le meto una buena lijada. Víctor se vuelve para hacerles un gesto con el dedo y dice:
- ¡La policía!
- ¿Es a nosotros? – le pregunto. La verdad es que es adelantarlos y oírse unas sirenas. - ¿Qué hago? ¿Paro?
- Sigue, sigue- me contesta
Yo no se que hacer así que sigo para delante. No se si vienen detrás porque no puedo mirar por el retrovisor, que justo me viene para llevar la moto, y encima en ese momento se me cruzan unos peatones. Al final les damos esquinazo. Con el atasco que había no nos han podido seguir.
Llegamos a la tienda justo a tiempo antes de que cerraran. Ha sido una bonita experiencia.
EL FLOTADOR
Por la noche en el bar de al lado se monta un buen follón. Se oyen gritos y ruidos de cristales rotos. Se arma una bastante gorda. Y en mitad de la discusión se oye un grito de un francés del camping. Y menudo grito casi daba mas miedo que los de la pelea.
Al día siguiente a recoger. El ferry no nos sale hasta por la noche por lo que nos vamos a la playa blanca que esta enfrente del camping.
Es imposible pisar la arena sin las chanclas, de lo caliente que esta la arena. Ahí pasamos parte del día. Carmelo y yo nos subimos a una especie de flotador que lo arrastra un fueraborda. Dudamos porque es un poco caro para lo poco que dura. Dura poco hasta que empiezas, luego se te hace eterno. ¡Vaya acojone! Después del primer acelerón ya tenemos ganas de bajarnos. Da bastante miedo. Nos agarramos con uñas y dientes, sobre todo en las curvas, que parece que vayas a salir disparado contra el agua a una velocidad de vértigo. Pego un bote y le caigo a Carmelo en el brazo y en otro casi me doy un puñetazo en la mandíbula. Carmelo se cae un par de veces. Acabamos con los brazos desechos de tan fuerte que nos agarramos. Vamos a tener unas buenas agujetas.
Al atardecer emprendemos camino al puerto. Nos paramos antes de la bajada a hacer unas fotos. Le piso, sin querer, las gafas a Carmelo y se las rompo.
La bajada es espectacular. Me tiro con todo que puedo, pero llevo un coche delante que me va frenando y no me atrevo a adelantarlo.
Esta vez dormimos en cabina. Menuda diferencia. Tenemos hasta baño dentro del camarote y por la mañana nos vienen a avisar cuando llegamos. Y la verdad es que nos ha salido baratísimo.
ATENAS DE DIA
Lo primero es buscar una consigna para dejar el equipaje. No hay manera. En el metro hay unas pocas pero todas ocupadas. Menos mal que nos dejan meter las bicis en el metro aunque solo de dos en dos. Se van Víctor y Almudena en uno y nosotros en el siguiente. Hay que hacer un transbordo. Parece que nos ponen pegas en el segundo metro. Le decimos lo que nos han dicho en la estación, que se pueden llevar dos. Viene otro revisor mas y se ponen a hablar. Al final no pasa nada. Cuando llegamos a la parada comprendemos porque se han mosqueado. Resulta que íbamos los cuatro en el mismo metro. Víctor y Almudena delante y nosotros detrás, y no nos habíamos dado cuenta.
En el aeropuerto, Víctor consigue recuperar por fin el equipaje. Lo dejamos todo en consigna menos las bicis que no nos las cogen. Las dejamos en la calle atadas con un montón de candados.
Nos vamos a la Acrópolis. La tienen muy mal cuidada y nos decepciona un poco. Esta todo lleno de andamios y todo muy sucio.
Hay una chica, a todas luces guiri, que tiene un pecho de impresión. Va Carmelo y se pone al lado suyo diciendo en voz alta:
- ¡Vaya tetas tienes maña! ¡Vaya melocotones de Calanda! – y así un buen rato.
La tía ni se inmuta. Nos vamos Carmelo y yo a seguir viendo las ruinas. Al cabo de un rato viene Víctor escojonandose. Resulta que le ha dicho a la chica que le haga una foto y cuando le ha devuelto la cámara, le ha dicho esta en perfecto castellano: - ¡La segunda ha salido mejor!
Pasamos el día dando vueltas por allí y luego vuelta al aeropuerto. A desmontar las bicis y a dormir al suelo y aquí se acaba nuestro viaje.